Bastardas

Fuente de la Imagen: Pinterest 
Mix: Capplannetta.

Eran las 7:00 de la mañana y el rio Abere ya estaba tan abarrotado de gente como de basura. Niños que se lavaban los pies y la cara para irse a la escuela; mujeres que frotaban montañas de ropa sobre las rocas. Sólo las aguas que llegaban del tramo para hombres se veían transparentes como el agua. Las niñas  fregaban ollas y bañaban a sus hermanitos sobre unas tablas; trapos, latas y plásticos corrían rio abajo y la mierda de las casas de la orilla. 
 _El rio lo arrastra todo y se limpia_ Decían.

Cada cual andaba ensimismado en sus problemas diarios; las mujeres desocupadas ponían a parir a todo aquel que pasaba. No entiendo por qué se dice que son unas desocupadas, si en realidad son las que siempre están realizando su trabajo y con mucho amor. 

Eran las 7:00 de la mañana y cada cual andaba absorto en sus quehaceres cuando se escuchó un grito, un clamor ¿Era un grito o un clamor? No lo sé, pero lo escuché. Era mi tía Nena la que rompía la monotonía de aquella mañana. Todos corrieron rápidamente a nuestra casa, todos abandonaron sus quehaceres y corrieron a ver ¿Qué pasaba? ¿Quién lloraba? ¿Por qué lloraba? Yo también salí del agua, me estaba bañando para irme a la escuela, no me costó llegar a casa. Nuestra casa era una de esas privilegiadas que se situaban en la orilla del rio. Cuando llegué, la  casa estaba llena de gente. La multitud me abrió paso y yo pasé entre ella como un personaje relevante, sin mediar palabra con alguno, como si fuese un detective que venía a investigar.

En cinco minutos, en tan poco tiempo, la casa se había llenado tanto que se parecía al templo del predicador nigeriano Emmanuel. Algunas mujeres se lamentaban; otras solo fruncían el ceño tratando de calmar a unos bebés que no paraban de llorar como si en nuestra casa hubiese algo que les incomodase. Mi tía lloraba sin aliento sentada en el pasillo que conduce a lo que fue nuestra habitación con el tío Peque; algunas mujeres trataban de consolarla. Algunos hombres iban y venían de la habitación, otros preguntaban; por lo general, la gente trataba de guardar silencio.

El tío Peque era un hombre de 40 años, procurador y disipado. Todos los vecinos de "Atepa por la tarde" le conocían como un vecino ejemplar. Era polígamo, fuerte e inteligente; creo yo, pues de lo contrario no habría logrado mantener a dos señoras de 19 y 23 años bajo un mismo techo.

 El tío Peque no era uno de esos señores barrigudos con la corbata sobre el ombligo, no. El tío Peque no era de esos, sino todo lo contrario. Era guapo y con abundante barba a juego con sus ojos y sus cejas pulidas.  Era un negro africano del continente. Era un hombre tan hermoso cortejado por muchas mujeres.

La tía Nena era la hermana mayor del tío Peque, pero más que una hermana era como una madre. 

El tío Peque era hijo póstumo y con solo nueve meses se quedó huérfano de padre y madre. Desde entonces, la tía Nena tuvo que hacerse cargo de él y nunca escatimó esfuerzos ni cariño. No hay duda de que hizo muy bien su papel de madre a pesar de que ella nunca fue madre. El tío Peque la llamaba cariñosamente Mané, para él esta era una forma cariñosa de decir mamá Nena.


Todavía recuerdo la primera vez que llegué a ese barrio, esa casa, ese cuarto, esa cama… Había llovido y el nivel de barro era insufrible, pero no increíble para los habitantes de Malabo para quienes tener el barro hasta los ojos ya no era nada por lo que espantarse, sobre todo para aquellos que vivían en Sta. María I, II y III, Atepa, Mbañe, Ñewbili o Campo Yaunde, como quiera que se llame.

 Todavía recuerdo cómo llegué por primera vez a este barrio acompañada por el tío Peque, yo llevaba una falda roja volante a juego con las bailarinas. Él me tenía cogida de la mano y caminábamos acaramelados en el barro ignorando los peligros que la lluvia había creado, los olores dulzones y empalagosos procedentes de todas las esquinas y a los que todo malabeño estaría acostumbrado, los perros que nos ladraban a cada paso… Hasta que ¡zas! De repente puse un pie en el barro, el zapato se me había despegado ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza! Y el tío Peque ahí, mirándome con una risilla que me ponía los nervios de punta. Gracias a Dios que ya nos encontrábamos frente a la casa. Eran las 2:00 de la madrugada, no me di cuenta de que muy cerca de la casa había un rio ni escuché cómo corrían sus aguas, pues a pocos metros se encontraba lo que aquí se llama ferial; una aglutinación de bares de mal ambiente con derecho a mantener el volumen de su música tan alto como les pegue la gana. Qien no esté acostumbrado se jode, esto es Malabo y aquí se supervive, no se vive.

Entré a la casa Don Severino, un hombre que yo había conocido en la discoteca Macumba, a pocos metros. Yo acababa de cumplir 16 años, pero maquillada aparentaba unos 25 o más, además, ya no me consideraba a mí misma una niñita tampoco era la primera vez que me metía en una discoteca. Andaba diciendo que tenía 18 años pero la gente decía que me restaba los años a mí misma, ¡Ja! ¡Qué chiste!

Conocí a Don Severino en una noche de ambiente y borrachera que decidí culminar con el  señor de la barra que me invitó a varias copas y me comía con los ojos, Don Severino. la verdad es que esta no iba a ser la primera vez que me acostaría con un hombre que podría haber sido el hermano mayor de mi madre, ni iba a ser la primera noche que pasaría fuera de casa; de hecho, mi abuela decía que ya se había cansado de mí, que ya me aceptaba tal cual era porque ya no sabía qué hacer.

 Después de cruzar un par de miradas con don Severino y unas cuantas palabras, lo había decidido o bien él me había comido el coco. Decidí  culminar aquella noche con él; en su cama y entre mis piernas, con tal se le veía sano, atractivo y no tenía pintas de ser un señor tacaño.

La bombilla blanca de 100 vatios que estaba colgada en el salón de su casa me hizo ver la pinta graciosa que me había dado el barro que se me salpicó por todo el cuerpo marcándome unos lunares marrones... de mis pies no hace falta hablar; en fin, creo que me perecía a una de esas bailarinas bubis tradicionales, que suelen ir vestidas de marrón y pintadas de rojo; solo que yo iba vestida de rojo y pintada de marrón.

Severino me condujo al rio para que me lavara, pero al final los dos nos bañamos juntos y estoy segura de que él pensó que estábamos perdidamente enamorados el uno del otro, pero si acepté bañarme con él fue por miedo a quedarme sola en el rio tan tarde.

Aquella noche fue muy larga... Severino me habló de su hermano mayor que se había muerto tres meses atrás; era el primogénito de sus padres, murió soltero y no dejó familia, familia de mujer e hijos. Pero sí se sabía que había dejado dos hijas y tanto Severino como su hermana Nena estaban dispuestos a dar lo que sea, hacer lo que fuese necesario por encontrarlas; tenían el profundo deseo de encontrar a esas niñas y cuidar de ellas en memoria de su difunto hermano. A mí todo eso me pareció un cuento pesado y aburrido; de hecho, al ofrecerme solo 5000 francos después de tanto gozar y tanto gemir, juré por mi difunta madre que Severino jamás volvería a ver mi cara en toda su puta vida, pero tan solo tres años después, el hermanito de mamá estaba recibiendo mi dote.

Me uní a la familia de Severino que ya contaba con su hermana Nena y su primera mujer, Vanesa, quien estaba de vacaciones en el pueblo de su madre cuando Seve y yo nos liamos por primera vez. 

Por más raro que parezca, Vanesa y yo nos llevábamos de maravilla y participábamos en la búsqueda de las sobrinas. No nos parecía justo que aquellas niñas pasaran por lo mismo que nosotras cuando había gente dispuesta a ofrecerles el apoyo paterno que nosotras no tuvimos. A veces pienso que esa búsqueda era la razón por la que Vanesa y yo nos soportábamos y apoyábamos a Seve.

Un domingo por la noche, después de cenar; Severino, Vanesa y yo nos fuimos a nuestro cuarto. Los tres compartíamos el mismo cuarto ¡Había mucho amor entre los tres! Severino estaba serio, no parecía que fuera a enseñarnos uno de esos juegos que solo él conocía y solamente compartía con nosotras, bueno, llevaba varios días con una actitud muy rara; de hecho, durante toda la cena no pronunció ni una sola palabra.

Aquella noche de domingo, Severino nos dijo que nos amaba mucho más de lo que nos imaginábamos y que había encontrado a sus dos sobrinas, a las niñas que había estado buscando durante tanto tiempo; también nos dijo que llevaba alrededor de tres o cuatro años en contacto con ellas. Vanesa se emocionó tanto que quiso darle un abrazo, pero él la rechazó.

Yo también me emocioné, y tanto que por poco el corazón se me escapa por la boca. 

Cuando Severino nos dijo que sus sobrinas éramos nosotras, sus esposa... todo cambió de color. Lo que sentí es un tanto..., fue un sentimiento tan raro que preferí seguir en aquella casa como si nada hubiese pasado, llevaban demasiado tiempo buscándome.

Con esta noticia tan mala y brutal, Vanesa decidió marcharse de casa la misma noche. Tía Nena ya estaba al tanto de todo y siguió comportándose como si nada. Vanesa cogió unas cuantas cosas y salió llorando. Me dio mucha pena verla así, es mi hermana mayor.

Yo nunca supe cómo Severino pudo averiguar que nosotras éramos sus sobrinas, pero era cierto. Era cierto que se había csado con sus sobrinas.
Pobre tío peque, con lo mucho que nos quería y yo lo sé por cómo nos buscaba, por cómo nos atendía en casa, por cómo nos amaba en la cama.

Yo nunca llegué a conocer a mi padre, Vanesa tampoco. Lo que nos contó la tía Nena después de todo eso era insuficiente para poder conocer a una persona que ya no existía y en todas sus fotografías tenía un mando de televisión pegado en la mandibula mientras estiraba el pie derecho como si estuviera en una sesión de pilates. 

Mi abuela, una vez me contó que mi madre se quedó embarazada de mí en una noche tan loca como aquella en la que yo conocí al tío Peque. Fue un desliz en los baños de alguna discoteca y nunca quiso hablar de la persona que la dejó embarazada, no sabía ni recordaba nada de él.

Vanesa cuenta que su madre se quedó embarazada de ella mientras cursaba el bachillerato. Quiso abortar, pero la abuela de Vanesa amenazó con matarla si se atrevía. 

Aquello fue brutal, la noticia fue tan directa y dura que el mismo tío Peque decidió marcharse de este mundo, se quitó la vida, se suicidó y yo no me di cuenta de cuándo ni cómo. No me di cuenta de ello hasta la mañana siguiente. Yo todavía era una estudiante de primero de bachillerato. Me levanté de la cama un poco ensimismada, le estaba dando vueltas al maldito tema, pero tenía que prepararme, era lunes y debía irme a clase.

Fue en una mañana de lunes, me levanté muy temprano, a las 6:00 de la mañana, todavía no terminaba de aceptar que era la esposa de mi tío. Me levanté de la cama, ¿Vanesa se había ido? Sí, se había ido. Lo de aquella noche no había sido un sueño y a mi lado estaba, ya no mi esposo ni el tío Peque como los vecinos le llamaban cariñosamente, sino el muerto.

 Me fui al rio que se encontraba justo detrás de nuestra casa, el baño construido a base de sacos sujetos a cuatro postes y sin techo también se encontraba detrás, precisamente en la orilla del rio; pero solo lo utilizábamos para las necesidades mayores que al fin y al cabo también acababan en el rio.

Cuenta tía Nena que a las siete menos diez estaba limpiando la casa como de costumbre, entró a limpiar nuestro cuarto y le sorprendió ver que su hermano tan madrugador seguía dormido a esas horas y lo más raro, según tía Nena, es que no le escuchó roncar. Le llamó, pero él no contestaba, se acercó para despertarle. La tía Nena dice que ya no era pequeña para preguntarse qué pasaba y rompió a llorar.

Eran las 7:00 de la mañana y todo el mundo andaba ensimismado en sus problemas del día a día. Los hombres se iban al trabajo, las buenas esposas ordenaban sus casas, las madres bajaban al rio Abere a lavar enormes cantidades de ropa como lo hacían todas las mañanas, las hermanitas mayores bañaban a sus hermanitos pequeños. 

Un niño mocoso lloraba en la orilla del rio porque las hormigas le picaban mientras su madre lavaba los trapos que él mismo se había encargado de ensuciar a más no poder; las cotorras ponían a parir a todo aquel que pasaba y el cadáver de mi tío Peque tumbado en la cama. Yo no supe cuando ese hombre, don Severino, pasó de ser vivo a ser cadáver. 


Agradecimientos: a mi amigo Capplanetta y a la editorial Mey por publicar el relato en forma de libro.

Comentarios

  1. Un relato muy profundo, además de muy bien contado. Enhorabuena y gracias por compartir!

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  2. Un relato interesante,pero echado en falta el énfasis sobre el título a lo largo del relato,pero mucho ánimo

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