Alú y el pájaro que lloraba

 

Escuchar relato acompañado de la percusión de Gorsy Edú

Alú sabía que los pájaros cantan y a las personas les gusta escucharlos cantar. Pero cuando caía el sol en la aldea, un búho lloraba en lo alto del árbol y todos huían a esconderse en sus casas.


 Cuando el claro de luna alumbraba la aldea, a los hombres les gustaba salir a cantar y bailar al son de los tambores y el nkú junto a la hoguera. Compartían vino de palma, nueces de cola y algunas mujeres les acompañaban en el baile; otras preferían reunirse en rincones más tranquilos para compartir las experiencias del día; y las más ancianas contaban cuentos a los niños. 

A Alú le encantaba mirar las estrellas con su mamá mientras los demás se divertían a su manera. De hecho, le había pedido a su mamá que, si el bebé que esperaba llegaba a ser otra niña, que se llamara Estrella o Luna.

Un día, cayó la noche, el claro de luna alumbró la aldea y todos los habitantes de la aldea salieron a disfrutar de la noche. La mamá de Alú extendió dos esteras bajo el árbol de popó mango, una grande para ella y otra más ptú quea para la pequeña Alú. Se tumbaron para observar el cielo estrellado mientras comían mangos semimaduro con sal. 

Todo iba bien hasta que el búho volvió a llorar en lo alto del árbol de popó mango. Todo el mundo se asustó y corrió a esconderse. Alú y su mamá también se escondieron en la cocina.

—Hay que buscar la manera de atrapar a este brujo y quemarle vivo —dijo el tío Eyina debajo de la cama de bambú, él se había escondido en la cocina de la mamá de Alú con ellas.

—¿Y por qué hay que matar al pájaro? —preguntó la niña de siete añitos.

—¿Alú, no sabes que los búhos son sirvientes de la gente mala que odia nuestra felicidad? Los mayores lo repiten todos los días desde el abaha—respondió su mamá alejándola de la puerta entreabierta.

—Pensaba que sólo eran pájaros.

—¿Cuántos pájaros salvajes conoces tú que se atrevan a acercarse a la gente sin miedo? —replicó el tío Eyina saliendo de su escondrijo.

—Los colibríes y las palomas. Viven en el jardín y se comen los granos de cacahuete de la abuela.

—Esta niña es tonta —susurró el tío Eyina. —Hay que matar a este brujo. Su llanto es lastimero y ahuyenta. ¿Quién será? ¿Quién se habrá transformado en búho para espiarnos? Alguien quiere acabar con nuestro bienestar. —decía el tío Eyina mientras comprobaba la elasticidad de las gomas de un tirachinas que sacó del bolsillo.

Alú corrió a sacar una leña del fogón donde su mamá tenía una cazuela de malanga hirviendo para preparar el puré que tanto le gusta a la niña. Estuvo a punto de cruzar la puerta cuando su mamá la detuvo.

—¿A dónde crees que vas?

—Mamá, los pájaros cantan. Debo preguntarle al señor búho por qué llora. Quizás está buscando a su bebé.

—¿No crees que todo el mundo huye del búho por algo? —La niña se detuvo a pensar antes de responder a su mamá.

—Bueno, el abuelo Obiang dijo el otro día en el abaha que son enemigos que odian la paz reinante en la aldea. 

—¡Callate! ¡Te acercas al abaha, niña descocada? — gruñó el tío Eyina levantándose 

—La abuela Asama dice que debemos escuchar a todos antes de juzgar. Voy a preguntarle al búho.

La niña se escurrió entre los brazos de su mamá y salió a la calle donde todos la observaron perplejos desde sus escondrijos.

—¿Puede decirme qué le pasa, señor búho? —El pájaro dio dos saltos hacia atrás en la rama sobre la que posaba, y se quedó mirando a la niña con sus enormes y redondos ojos amarrillos. —Cuando empiezas a llorar ahuyentas a todos. ¿Odias que estemos contentos? ¿Quieres hacernos daño?

—Por supuesto que no —respondió el pájaro y los vecinos de Alú se quedaron asombrados—. Durante el día me escondo de los que quieren comerme. Cuando salgo a pasear y a comer por la noche, todos huyen de mí. No tengo amigos.

—¿Quieres vivir en la aldea con nosotros?

—No. Sólo quiero tener amigos que no me tengan miedo ni quieran comerme o quemarme vivo.

—Pues yo seré tu amiga. No quiero comerte ni quemarte vivo.

—¿Y podré venir a la aldea y quedarme aquí y cantar con vosotros?

—Y podrás comer mango con nosotros. Yo les diré a los demás que eres mi amigo y que no te hagan daño.

Desde entonces, el búho dejó de llorar y empezó a cantar sin que la gente de la aldea huyera.

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¡Gracias!

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