Osá Owono Mongó y el marabú

 


Más allá de la ciudad de Abaga Adá, casi en la provincia de Wele Nzas, y siendo todavía propiedad de Kie-Ntem, se encuentra Esasom-Metamsi. Un pequeño poblado vacío y olvidado, del que se cuenta que en sus días de gloria contó con un campamento militar, un estadio de fútbol, campos de arroz y acogió al Padre Independentista Dn. Bonifacio Ondó Edú.

En ese pedazo de selva vivía Manuel Osá Owono Mongó, un hombre que chapeó grandes extensiones de bosque para cultivar atangas, café, tabaco y otros  tantos alimentos que él y sus esposas vendían en las ciudades más cercanas.

Owono Mongó era bien conocido por su nobleza, pues, mientras esperaba con ansias y ruegos la llegada de sus cinco hijas y dos últimos varones a quienes, desgraciadamente, la vida no le permitió ver crecer; se dedicaba a la caridad pagando los estudios de los jóvenes de Esasom-Metamsi y cubriendo las necesidades de quien quiera que suplicase su ayuda. Algunos, quién sabe, le asemejarían al acaudalado malabeño que perfora el muro de su patio para abastecer de agua a la comunidad de vecinos sin esperar un sólo franco a cambio por su buena voluntad, puesto que la disciplina del partido le enseña a “Hacer el bien y evitar el mal”.

El hombre, dueño de largas extensiones de tierra y una enorme casa de cemento envidiada por sus hermanos, quienes seguían viviendo bajo cabañas de paja y mimbre, también era conocido por su perspicacia y su actitud estoica ante el dolor. Quienes le conocieron cuentan que, mientras recogía café en el bosque, nunca se quejó del dolor de las espinas que se le clavaban; y al acabar la jornada, se daba un baño caliente con agua hervida: así desprendía las espinas de los árboles de su cuerpo. 

También se cuenta que, en una ocasión, estaba cortando el tronco de un árbol para hacer madera junto con otros dos hombres. Manuel y otro compañero estiraban la sierra  desde el fondo de un pozo vacío y el tercer compañero la estiraba otra vez hacía arriba. Así cortaban la madera en esos tiempos con una enorme sierra manual. El hombre que estiraba la sierra hacia arriba la dejó caer  y atravesó el muslo de Osá Owono Mongó dejando el fémur a la vista. La aldea estuvo segura de que ya no podría seguir trabajando en el bosque; sin embargo, además de una leve cojera que le duró el resto de sus días, aquel accidente provocado no produjo otros daños en su salud ni en su rutina. Igualmente, se sabe que el hombre fue capaz de vencer a un jabalí embrujado y preparado para acabar con su vida.

Un día, Owono Mongó recibió la visita de un amigo que vino a decirle que había encontrado un modo fácil de multiplicar todo cuánto uno poseía: sólo tenían que visitar a un marabú, un hechicero que prepara pociones, comidas y hace conjuros para dotar a sus clientes de mucha suerte en la vida. Sin querer ser grosero, le hizo ver a su amigo que estaba ocupado y le pidió que pasara en otro momento.

Después de varios días dándole largas al amigo, Osá Owono Mongó se decidió y acompañó a su amigo a la cabaña del hechicero. Se dice que era un hermano de África del Oeste ataviado con telas y abalorios en la oscuridad de una cabaña. El amigo presentó a Owono Mongó y le dijo al hechicero que “se trataba del hombre del que le había hablado”. Aquellas palabras chirriaron en los oídos del hombre astuto, quien no se habría sorprendido si le dijeran que un hombre sacrificó a su amigo en un ritual de magia negra para hacerse rico a costa del sufrimiento del alma del otro esclavizada en el más allá.

Finalizadas las formalidades, el marabú inició el rito y sirvió a Owono Mongó una mezcla espesa cuyos ingredientes no se podían revelar. Owono Mongó, quien no pensaba llevarse aquella mezcla negruzca a la boca por nada del mundo, quiso saber por qué el marabú no era un hombre acaudalado si tenía el poder de la abundancia. El viejo hechicero, acostumbrado a escuchar esa pregunta, habló con la tranquilidad de quien anuncia el paraíso al decirle a Owono Mongó que su don le había sido dado para servir a otros, porque esta es la clave de la felicidad: servir a los demás y su verdadera paga venía de los dioses que le concedieron ese don. Owono Mongó no perdió el tiempo y anunció que, en adelante, seguiría el ejemplo del marabú; porque todo cuanto él quería en su vida, en realidad, era la felicidad. 

Transcurrieron varios minutos hasta que, exasperado, el amigo de Owono Mongó le preguntó si había algo malo en que un hombre quisiera ayudar a los pobres a hacerse ricos. Mongó le respondió  invitandole a tomar el primer bocado puesto que él era el más necesitado.

Después de varios minutos intentando convencerle, el amigo y el curandero trataron de emplear la fuerza; pero Owono Mongó, que sabía que no podría pelear con dos hombres curtidos en la dura vida del poblado, les convenció para que le dejaran volver al día siguiente, ya que necesitaba tener claro hasta qué grado quería multiplicar sus bienes además de que no había traído una paga para el marabú.


Comentarios

  1. 🤤... Do saber más... Do saber cómo acaba...

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  2. Sammy, OWONO MONGÓ NUNCA VOLVIÓ A LA CABABAÑA DEL MARABÚ

    !GRACIAS POR LEER!💓

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